'Sobre nosotras. Sobre nada' (Rosa Belmonte y Emilia Landaluce)
- Beatriz Eduarte
- 27 dic 2021
- 3 Min. de lectura
“Escribimos para divertir. Sólo queríamos que el resultado fuera gracioso. (…) Escribimos porque nos dedicamos a ello en los periódicos. Y porque nos da la gana”.

Así de claras son Rosa Belmonte y Emilia Landaluce en el Manual de instrucciones y intenciones con el que abren el libro. Dice Rosa que lo que más les gusta a ella y a Emilia es hablar sobre ellas mismas y aun con la incesante inclinación, o convicción, de que al final de lo que hablan es “de nada”, lo cierto es que esa nada está repleta de humor, de verdad, de fábula, de picardía, de despreocupación ante la vida. Y a lo mejor, el éxito del ‘boca oreja’ que está teniendo su ópera prima, escrita a cuatro manos, se debe a que no esperaban, precisamente, nada del libro. Únicamente pasarlo bien y hacérselo pasar bien al lector. Más fácil es hacer un drama que una comedia, pero si además consigues que los lectores lloren de la risa entonces es que tienes algo. Ya saben, eso de ‘más vale caer en gracia que ser gracioso’. En el caso de Rosa y de Emilia, se cumple tanto lo primero como lo segundo y además, sin imposturas porque no van de nada. No tienen filtros, ni máscaras. Son. No les importa tampoco lo que los demás, el mundo, lectores, colegas de profesión, políticos o famosos opinen de ellas.
Y sobre esto hablan en este libro: sobre ellas, sobre nada. Porque sí, porque les da la gana.
Puede que sin darse cuenta incluso hayan creado una nueva forma de narrar, de contar historias por medio de relatos en los que desde la primera línea atrapan al lector y en pocos párrafos, una risotada o, directamente, una carcajada que se propaga por toda la casa. Y entonces una voz, la del piso de arriba, pregunta gritando: “¿de qué te ríes tanto?”. A lo que respondo entre risas, “del libro, el de Rosa y Emilia”. Porque estas dos “gandulas”, como se definen, logran por medio de su memoria selectiva, completar doscientas quince páginas de pura reminiscencia con ligeros matices de fantasía e inventiva. Ya lo dice Emilia “de niña tenía un problema. Me encantaba inventar. No lo llamaría mentir sino mejorar las cosas. Digamos que padecía de un exceso de fantasía casi patológica”.
Emilia es la desvergonzada, la que no le teme a nada. La que desahoga su pluma a base de recuerdos fabulados. La que, después del accidente, reconoció haberse quitado casi toda -por no decir toda- la vergüenza que padecía. En cambio Rosa, a diferencia de Emilia, y quizá porque tiene más experiencia, es quien templa la pluma. La domina. Escribe lo que quiere en su justa medida. Es la que se ha educado “observando a quien merece ser observado” y así lo refleja su escritura, su prosa y su biografía. Y ambas, juntas en papel, logran ser una unidad. Una novela completada. Tal y como son en la vida real.
Leyéndolas a las dos, aunque sea por separado, una no puede evitar que la mente empiece a recordar parejas que tienen la misma complicidad que estas dos amigas, escritoras y periodistas españolas. Pienso, sin ir más lejos, en Martin Scorsese y Fran Lebovitz, director y escritora respectivamente. No me atrevería a decir quién de las dos sería Martin y quién Fran, porque aquí la cuestión de género es lo de menos. Aquí lo que importa es cómo se muestran cada una con la otra. Cómo se muestran ante el que está enfrente. Ante el inquilino. Ante el intruso que, en este caso, es el lector. Tampoco he podido evitar recordar una de las cosas que comentó Fran Lebovitz en la serie documental de Netflix, Supongamos que Nueva York es una ciudad, eso de que lo primordial en la vida es pasarlo bien. Have fun!, exclama Lebovitz. Hagas lo que hagas, siéntete libre. Disfruta. Vive. Ríe. Y algo parecido deja por escrito Emilia cuando afirma que sus padres lo que más querían para sus hijos es que fueran “unos disfrutones de la vida” y al final, lo han sido. O lo son, porque en ello continúan. Como todos, al fin y al cabo. El cabaré de la vida es el mejor maestro que se puede tener, y la experiencia sólo se consigue de una manera: viviendo. Y equivocándose, y si además te echas unas buenas risas a lo largo del camino, entonces se crearán recuerdos sobre los que, años más tarde, valdrá la pena hablar. O mejor aún, narrar. Como lo hacen Rosa y Emilia. Amigas que se han convertido en familia. Quien las conoce, sabe que el libro es, sencillamente, una perfecta prolongación de Rosa y de Emilia. Una prolongación de ellas mismas.
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