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Microensayo acerca de Christopher Nolan

  • Foto del escritor: Beatriz Eduarte
    Beatriz Eduarte
  • 12 nov 2019
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 10 ene 2020

Hace unos días leía en un artículo si la especialización era la seña de un autor. El ensayo en sí, se centraba en el papel de los escritores, sin embargo, el término distinción puede extrapolarse a todas las demás profesiones donde la figura del demiurgo, del creador como tal, sea la principal. A Hitchcock se le considera el padre del cine de suspense; a Elvis el rey del Rock ‘n Roll; a Michael Jackson el rey del Pop… ¿Se les tilda de ‘padre’ o ‘rey’ por haber inventado algo o por haber sido los mejores en hacerlo?

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Christopher Nolan, director británico que cuenta con una larga lista de defensores y detractores, desde sus inicios se inclinó por un cine basado en las posibilidades temporales, ya no sólo de la realidad en particular -véase el caso de Memento (2000)- sino del cosmos en general -véase Interstellar (2014).

La mente, la capacidad ilusoria del ser humano que impera dentro del subconsciente, y en algunos casos, de la consciencia de cada uno, es lo que ha interesado a Nolan a lo largo de su filmografía queriendo llevar los límites del pensamiento, o de la razón, al cine. Jugar con ellos en la producción de una película con el objetivo de mostrar que los planos que operan en nuestro laberinto cerebral, no sólo existen dentro de nosotros sino también fuera (Inception, 2010).


¿Qué es la realidad entonces? ¿Lo que somos capaces de ver o justo lo contrario, lo que no vemos y que a su vez se esconde detrás del estado material y existencial de lo que nos rodea? En The Prestige (2006), Nolan pone de manifiesto una vez más que entre lo físico, lo tangible, y lo intangible, apenas hay una delgada línea que separa lo que unos llaman magia - existente, sin duda, y real- de lo que otros prefieren llamar verdad.



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