El mensaje de Pandora (Javier Sierra, 2020)
- Beatriz Eduarte
- 21 jun 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 14 feb 2021
No hay duda de que a lo largo de la Historia de la Humanidad, los más importantes mensajes entregados a los hombres han estado ocultos a buen recaudo en viejos arcones; enterrados bajo la fina arena de los desiertos; u olvidados -por desgracia- en las profundidades abismales del océano. Los grandes mitos, las grandes historias que llenan el alma inquieta del Hombre, tranquilizándole, cuando éste teme por su futuro próximo, por regla general, giran en torno a un leitmotiv que se repite incesante en la literatura: la transmisión de un mensaje. Su representación más romántica podemos encontrarla en las botellas de cristal que vagan por la mar empujados hacia un confín inexplorado aún, o bien son empujadas de vuelta a la orilla donde quizá otro humano, que pasea sintiendo el agua salada y curativa refrescar sus pies, lo encuentra. ¿Y cuántas veces el autor no ha sabido con certeza si su misiva ha llegado, como esperaba, a buen puerto? Puede ser que, en ocasiones, no necesitemos saberlo y simplemente vivamos a gusto con la creencia de que alguien -sin importar quién- haya leído nuestras palabras. Sin embargo, hay mensajes que son de vital importancia transmitirlos, sobre todo si son escritos en un contexto que mantiene en vilo a la Humanidad a nivel mundial. Y esto mismo es lo que ha sucedido desde que se decretó el Estado de Alarma el pasado 14 de Marzo -oficialmente en nuestro país- con motivo de la pandemia provocada por la COVID-19. Hoy, día 21 de Junio del año 2020, la única noticia que nos llega con seguridad es que se pone un punto (quizá seguido, quizá final, aún lo desconocemos), a este estado excepcional. A partir de mañana, la correa se destensa un poco más permitiéndonos movernos allá donde tengamos viejos amigos que hace tiempo que no vemos, o familiares con los que no hemos podido celebrar un cumpleaños, por citar los casos más cercanos. Al fin y al cabo, entre los amigos y la familia se congrega nuestro círculo más íntimo y personal.
Precisamente, debido a esta creciente panspermia -como la denomina Sierra en su último libro- en la que nos hemos visto sumergidos, la mayoría de los ciudadanos hemos aprovechado en invertir el tiempo en ese arte u oficio al que somos más afines. Y un escritor, ganador en este caso del Premio Planeta en el año 2017, sólo podía y debía hacerlo a través de las palabras y la narración de una historia que ha creado a modo de fábula, hilando la mitología y la ciencia del mismo modo que lo haría Penélope durante sus largas jornadas, cuando la luz del sol alumbraba la estancia donde trabajaba con delicadeza y destreza en ese lienzo que jamás terminaba. A diferencia de Penélope y su obra, El mensaje de Pandora ha sido hilvanado y finalizado -aquí sí- con su punto final. En su interior, el lector encuentra un viaje que le resuelve algunas de las dudas en lo concerniente a la creación de un virus; su llegada a la Tierra; y, lo más importante, la supervivencia del mismo repasando los orígenes del sapiens y, mejor aún, los mitos, que nos empujan a seguir adelante y sobrevivir al Mal que tarde o temprano debemos frenar o, directamente, hacer frente. Basta con observar lo que ha pasado en el mundo a raíz de las primeras noticias que nos llegaron desde Wuham. Lugar convertido en epicentro, y demiurgo a su vez, del osado virus capaz de adaptarse al ADN de cada ser humano manifestando diversos tipos de infección y alterando, según el organismo, el comportamiento celular. Unas veces ha sido letal, mientras que otras, ha pasado por un resfriado severo al que muchos -por suerte-, han sobrevivido. Y es que esto, ya nos resultaba vagamente familiar. Únicamente teníamos que dar un repaso a nuestra Historia, ser conscientes hasta qué punto se ha intentado poner en jaque a la especie humana y comprobar si la ley del más fuerte continuaba en estado vigente.
Sin embargo, como bien afirma Sierra en unas páginas cargadas de perspectiva e investigación, las pandemias víricas pueden guardar más relación con el mundo de arriba que con el de abajo, ya que estos ataques caídos del cielo en forma de meteoritos, a pesar de venir con una carga considerable de bacterias y gérmenes a los que nuestros cuerpos no les queda más remedio que adaptarse, también traen consigo un cambio en el espíritu del hombre. Una transformación que nos ayuda a entender que no somos el ombligo del mundo, ni mucho menos, sino que formamos parte de algo más grande. Solamente con alzar la vista al cielo, hacia las estrellas, muchos somos capaces de vislumbrar e iniciar con ello una expedición que nos adentra poco a poco en ese otro Más Allá. En ese inmenso rincón donde no cesa el movimiento latente de la Galaxia en la que estamos suspendidos. Y enseguida nos damos cuenta de que no somos más que un trozo pequeño del pastel, llegando incluso a ocupar un tamaño menor al de un grano de arena y, aun así, en lugar de desanimarnos, nos alegramos. Sonreímos ante la evidencia que se presenta frente a nosotros sabedores de que, en realidad, todos estamos conectados y atrapados en esta membrana en la que vivimos formando parte de un Todo llamado Universo. De manera que, la lección que nos llevamos, lejos de mirar hacia abajo, consiste en hacerlo hacia arriba y hacia atrás en el tiempo, como bien le aconseja el personaje protagonista a su sobrina llamada Arys, un personaje-lector a quien la fábula en cuestión le afecta de primera mano.
Considero que muchas historias se han creado a fuego lento durante este confinamiento y, lo que me alegra todavía más, es que todas y cada una de ellas irán saliendo a su debido tiempo, viendo la luz e infundiendo lo que la mujer del mito logró salvaguardar junto a su mensaje: la Esperanza.
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