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Umbrales (tras)pasados

  • Foto del escritor: Beatriz Eduarte
    Beatriz Eduarte
  • 6 oct 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 20 oct 2019

El pasado miércoles, 2 de Octubre, acudí a la conferencia que ofreció Ramón Yzquierdo Peiró en el Museo Arqueológico Nacional (MAN) que se encuentra detrás de la Biblioteca Nacional. El director del Museo Catedral de Santiago, expuso ante el aforo completo, las conclusiones a las que había llegado tras varios años de investigación respecto a la restauración del Pórtico de la Gloria. Bajo el título Recuperando la fachada exterior del Pórtico de la Gloria: investigación, conservación, hallazgos e interrogantes, deleitó a los allí presentes por medio del estudio que ha llevado a cabo durante los últimos años, en torno a la figura del Maestro Mateo (1145 – 1217), escultor y arquitecto entre los siglos XI y XII, y encargado de varias de las obras de construcción que se realizaron en el exterior de la catedral.

Hace algo más de un año, me embarqué en la aventura que todo aquel que haya sido peregrino ha experimentado en propias carnes. Desde Astorga hasta Santiago, esa fue la ruta que me marqué. Al menos para esa primera vez. Sin embargo, ninguna emoción ni sentimiento, e incluso regocijo, puede asemejarse al que se siente cuando tus pies y piernas están a punto de flaquear. De rendirse y desplomarse sobre la fría piedra de la Plaza del Obradoiro. La banda sonora interpretada por un solista que porta entre sus manos y en el interior de sus pulmones, el aire suficiente para insuflar la gaita con esa melodía que sólo él conoce y que sólo unos pocos identifican. Esa sonoridad, es lo único que te empuja a seguir. A continuar unos pasos más para encontrarte frente a la escalinata que da acceso a una de las fachadas más solemnes y majestuosas de España. La atmósfera húmeda, los rostros cansados, las lágrimas, los abrazos, las sonrisas… Es la explosión viva, pura y perfectamente palpable que padece el peregrino cuando sabe en su interior que ha llegado a su destino. A su meta. Y no sólo eso, sino que además ha cumplido con la misión que se propuso.


En cuestión de segundos, el ruido que te rodea se disipa y únicamente prestas atención al sonido eterno e imperceptible de tu alma a la que, a pesar del cansancio, le queda una última etapa por recorrer, apenas a unos metros por delante, donde la representación de una escena capsulada en el espacio y en el tiempo aguarda tu llegada. Los rostros de las representaciones inmóviles de piedra policromada que cruzan miradas cómplices entre sí, han sido los encargados de guardar el secreto durante siglos de peregrinaje. Testigos del caminar ilimitado de las gentes que han pasado frente a ellos sometiéndose a la gran prueba. A la última o primera, según se vea. Según se encuentre el peregrino.



Yzquierdo Peiró se pregunta si la fachada occidental es anterior o no a la obra mateana, aunque afirma que, tal y como dice el Códice Calisteo, «la Catedral, funcionaba en lo esencial, pese a no estar terminada». Respecto al Pórtico, continúa describiendo el códice, se trata de un “programa a seguir”. Aquellas tres palabras retumbaron en mi cabeza, pues no era la primera vez que oía que un templo, consagrado a lo más puro del alma, se erigiera bajo el esbozo de un proyecto previo. Predestinado. No hay que irse muy lejos para encontrar esa misma línea de programación en, –por ejemplo–, las Catedrales Góticas de Francia. O en los mismos templos y yacimientos egipcios donde, cada uno de ellos, cumplía una función específica de acuerdo con ‘el plan’.


Aun así, los interrogantes al respecto no cesan tampoco en lo relativo a los hallazgos de las esculturas supuestamente pertenecientes al diseño iconográfico del pórtico, en su mayoría de hombres, algunos sin cabeza, en posición sedente algunas, y otras portando una espada o cartera. Sin embargo, ni siquiera esos datos arrojan un poco de luz a la hora de determinar una identidad concreta, pudiendo tratarse de Elías y Enoc, –entre otros–. Pero si ese fuese el caso, tal como afirma Yzquierdo Peiró, el primero sostendría la mirada hacia el exterior, y el segundo hacia el interior, manteniendo la vista cara a cara con el Cristo y enfatizando, en esta posición, la lectura y la correspondencia entre los dos mundos, advirtiendo a los caminantes lo que va a suceder una vez hayan traspasado el tímpano de la catedral. También los nombres de Malaquías, Hageo, Jonás o Zacarías, están en boca de los investigadores y arqueólogos, y dependiendo de la colocación de unos u otros en el conjunto escultórico del Pórtico, se determinaría cuál de las dos teorías que se barajan –bien la basada en la genealogía de Cristo; bien la fundamentada en una visión más apocalíptica en la que las imágenes del Juicio Final aportarían el peso necesario para la resolución de la incógnita­–, se aproxima al propósito por el que se cimentó. Y a pesar de ello, todavía no se han encontrado respuestas.


Al finalizar la conferencia, una mujer escondida entre el público alzó su mano preguntando para quién o quiénes estaba destinado el acceso de esa puerta occidental y por qué. Yzquierdo Peiró respondió que, «teniendo en cuenta que en la Edad Media no existía la plaza –ni siquiera se le acuñaba dicho término– tal y como hoy se la conoce, los peregrinos corrientes no la veían puesto que accedían por la fachada principal de la catedral. Es decir, que el Pórtico gozaba de un acceso restringido. No todo el que quisiera podía atravesarlo». Aquella declaración volvió a calar hondo en mi memoria, despertando el recuerdo no muy lejano de los primeros maestros que entre los siglos XI y XIII se esforzaron no sólo en la construcción de esos templos según la idea sino también, en la transmisión de ese argot[1], pasando el testigo a sus aprendices y adeptos en quienes recaía ese acceso restringido. Por suerte y aunque el puzzle del pórtico todavía no esté resuelto, la catedral junto con el pórtico o mejor dicho, su umbral, permanecerá abierto y funcionando en lo esencial, aguardando impaciente, a su vez, el ser traspasado.


[1] En palabras de Fulcanelli, «arte del Espíritu» o «de la luz».


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