DARK (2017 – 2020)
- Beatriz Eduarte
- 29 jun 2020
- 5 Min. de lectura
Tres años. Tres temporadas. Tres tiempos: pasado, presente y futuro. Baran bo Odar y Jantje Friese, matrimonio y creadores de la serie que ha generado, desde su primera temporada, un nuevo hito en el género de ciencia ficción en plataformas, han cerrado sin cometer errores de guión –toda una proeza hoy en día– los complejos giros e interrogantes que ya planteó en su primera temporada. Lo bonito de las primeras partes, es cómo te abren las puertas hacia un nuevo mundo, hasta entonces, inexplorado. Y aceptas el reto con la misma actitud con la que te adentras en un libro. Puedes intuir lo que vas a encontrar gracias a la pinceladas que lees en las sinopsis y que, al fin y al cabo, resaltan lo más atractivo del argumento potenciando sus puntos fuertes, pero no te desvela lo más importante del mismo. De manera que te dejas guiar por la intuición y confías en que esa historia, completamente desconocida, vaya a gustarte. Te fías de la primera impresión. Cedes. Caes en sus redes. De igual modo que harías con un amor que reconoces en el instante en que vuestras miradas se cruzan por primera vez. No sabes cómo va a terminar, si irá bien o mal… Y aun así, gracias a ese fugaz instante, algo dentro de ti te empuja a averiguar qué se esconde detrás. Y aquí se encuentra el quid, porque esa es la emoción y el sentimiento que deberían despertarnos todas las primeras temporadas creadas. En dar lo mejor de sí y presentar el mayor número de incógnitas en el espectador con el fin de mantenerlo enganchado susurrándole en cada capítulo: aguanta, quédate y acompáñame.
Dark cumplió todas las expectativas durante la primera temporada haciendo uso de los mitos griegos que, grabados a fuego en el inconsciente colectivo humano, nos recuerdan quiénes somos mostrándonos los pecados capitales, tales como el orgullo de Aracne, y nos conducen por medio de la simbología más ancestral por el trasfondo del tema en el que se basa la serie: el origen. Y hablar del Origen, del punto de partida, te obliga a hacer un estudio exhaustivo a lo largo la Historia del Hombre comenzando por la filosofía y el mundo de las Ideas que suscitó Platón, por ejemplo, o releyendo el Génesis –primero de la Biblia– que cumplió con su labor a la hora de transcribir cómo fue –supuestamente– creado, primero el Mundo y después, el Ser Humano. Y es que lema de esta ficción es bien esclarecedor: Sic mundus creatus est / Así fue creado el mundo. Cómo y cuándo empezó todo. Cómo y cuándo de la oscuridad, de ese océano primordial que los antiguos egipcios llamaban nun, donde la no-acción, la no-alteración de las aguas y la dualidad era inexistente, empezó a filtrarse, posiblemente por medio de una grieta, la creación, el origen y la luz dadora de la vida, pasando del no-Ser al Ser.
¿Y quién no nos dice que todo, en efecto, surgió de una fisura? ¿Una abertura que segundo a segundo fue haciéndose más y más grande por la se filtraron los primeros rayos solares…? Al fin y al cabo, las grietas halladas en la Tierra han supuesto un medio esencial e importante para conocer nuestro futuro. Recordemos a los ciudadanos griegos y su Oráculo de Delfos. No es de extrañar que la sacerdotisa que ofrecía el veredicto como juez y ojo supremo del pasado y el futuro de los hombres lo hiciera, en primer lugar, en nombre de Apolo -el dios Sol-, y en segundo, sentada sobre una de las grietas de la Tierra. O, como dirían en Dark, sobre un «glitch in the matrix», «una falla en la matriz». Lo que daría mayor sentido al argumento, si tenemos en cuenta que la única forma que tiene nuestro protagonista Jonas Kahnwald (interpretado por Louis Hofmann) de viajar a través del Tiempo en las dos primeras temporadas es traspasando, cruzando, la cueva del bosque con el fin de averiguar la verdad acerca del pasado de su padre, Michael Kahnwald (Sebastian Rudolph). Es decir, considerando la cueva, vista como lo que es: una abertura en la montaña, simbolizando esa falla y permitiendo el acceso de las diversas realidades ubicadas bien en el pasado, bien el futuro.
Sin embargo, las relaciones con la mitología griega y su simbología no acaban ahí sino que, para más inri, Baran bo Odar y Jantje Friese dieron un paso más allá presentándonos una filosofía inspirada en la ilustre figura de Hermes representado en el caduceo con las dos serpientes aladas enroscadas y su célebre tabla esmeralda, tatuada en la espalda del personaje de Noah (Mark Waschke), y mostrada en uno de los fotogramas más impactantes de la serie. Dicha tabla, atribuida a Hermes Trismegisto, el Tres veces Grande y Maestro de los Maestros, recopila las siete leyes naturales que rigen el funcionamiento del Universo. Unas leyes que sólo aquellos capaces de comprenderlas y ponerlas en práctica, pasarían a formar parte del ejército invisible encargado de restablecer el orden del Cosmos en caso de catástrofe. O simplemente, desajuste. Pero…, ¿quién se atrevería a ejercer tal misión? Los mismos que, en el contexto de la serie, portan el colgante protector de San Cristóbal patrón de los viajeros conocedores y peregrinos de los tres tiempos (pasado, presente y futuro), y defensores de que el destino del hombre no escapa a nuestro control, más bien se apodera de nosotros. Alcanzándonos y provocando que lo que está escrito, ocurra tantas veces como sean necesarias. Pues todo se repite y todo vuelve. El péndulo que inicia su oscilación hacia la izquierda, por fuerza mayor, lo hará en compensación hacia la derecha, y viceversa. De manera que los ciclos no cesan operando en el círculo vital del uroboro. La serpiente que se muerde la cola haciéndonos ver y aprehender que el inicio y el final, siempre es el mismo. El nacimiento que da paso a la muerte, y la muerte que, a su vez, da paso a una nueva vida… La regeneración no pasa de moda como tampoco lo hace el paso del relevo, ni la evolución de cada persona. O, directamente, revolución, pues en ocasiones es necesaria la destrucción del templo para construirlo de nuevo. Con nuevos cimientos y nuevos materiales. Plantearnos lo que conocíamos hasta ahora y analizar si vale la pena seguir aferrados a una fe insostenible o si, en cambio, ha llegado el momento de abrazar un nuevo punto de vista siguiendo el ejemplo de Jonas, que acepta lo que le viene, con miedo, con temor… Pero también con amor hacia un padre que pierde. Cuya pérdida, convertida en el catalizador de la trama, marca el inicio del viaje del héroe y en el instante en que da un paso al frente, cruzando el umbral, su mundo y su presente, tal como lo conocía adquiere un nuevo cariz. Sin embargo, no será Jonas el único… El resto de los personajes vivirán situaciones parecidas en busca de respuestas, repitiendo sin cesar la historia concerniente al pasado de sus progenitores, llegando a cometer sus mismos errores, e incluso poniéndose en la piel del personaje mítico creado por Sófocles en Edipo Rey.
Dark es, en definitiva, una serie audaz, oscura, científica y mitológica, en la que su simbología no pasa desapercibida y con un trasfondo que te invita a reflexionar sobre las paradojas cuánticas, realidades paralelas y, lo más importante… Si realmente vale la pena cambiar nuestro pasado para mejorar ya no sólo nuestro presente, sino también el futuro de los nuestros. Porque podría suceder que, aun pensando que lo estamos haciendo por nuestro bien y por aquellos que nos importan, generemos un camino alternativo que salvaría a quienes nos importan pero que también condenaría nuestra vida. Y durante tres años, tres temporadas y tres tiempos, Dark se supera a sí misma sin perder su esencia, ni su meta. Cerrando el uroboro como debe y reafirmándose una vez más en que el fin es el principio; y el principio es el fin.
Sic mundus creatus est.
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